Estaba aturdido y la noche había llegado. El día era aciago y caía un torrente de lluvia que no me dejaba concentrar. De repente, una voz me llegaba por detrás:
-Ri, ..., Ri, mírame, por dios.
Sentí un síncope. Cómo podía ser la voz de mi mujer en esas circunstancias, nunca tal había oído, Ri, ..., Ri. Un río de sensaciones apoderó mi cuerpo y mi espíritu comenzó a desasosegarse. Sentí calor y una sensación seca en la garganta. Quise disimular y tardé bastantes segundos en responder.
-¿Qué ocurre, mujer?
Pero no dije más ni le dejé que dijera, como un gato montés me abalancé sobre ella y en un tórrido y exagerado beso de tornillo impedí que ella hablara. Sólo sé el gusto de verme correspondido y donde fuera llovía y hacía frío, aquí me quemaba el volcán en erupción que de nuestras entrañas manaba en forma de lava de dedos inquietos, juguetones y animales que buscaban lo más ansiado del ser amado.
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